Verón y Arango, los jugadores que inspiraron una gran crónica de Juan Gossaín
Para el periodista cordobés, el argentino y el samario eran un solo jugador en Junior y por ello lo bautizó 'Ramón Alfredo Verango'.
En 1977, en todos los rincones de Barranquilla se hablaba de la llave futbolística que conformaban en Junior el argentino Juan Ramón Verón y el samario Alfredo Arango. El primero, apodado ‘La Bruja’; el segundo, llamado ‘El Maestro’.
Esto impulsó al periodista Juan Gossaín, a pesar de reconocer que no tenía ni idea de deportes, pero aún así veía todos los partidos de local del Junior, a escribir una crónica en el periódico El Heraldo, en el que resumía todo lo que esta maravillosa dupla plasmaba en cada uno de los partidos, tanto en el Romelio Martínez, como en los demás estadios del país.
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Gossaín decía que Verón y Arango no eran dos jugadores, sino uno solo, llamado ‘Ramón Alfredo Verango’. Describió a este jugador como un monstruo, con cuatro ojos, cuatro orejas, cuatro manos, cuatro pies, dos narices, dos bocas, dos hígados, cuatro riñones y cuatro pulmones.
En su relato incluyó que, la mitad de ese jugador era de tez morena y la otra mitad era de color blanco. Una hablaba con acento argentino y la otra con acento samario.
Luego se detuvo a reparar la cabeza de ese fenómeno vestido de futbolista. Una mitad tenía el pelo lacio y la otra ondulado. Media nariz del argentino era larga, como las de las brujas de los cuentos infantiles y la otra mitad, la del samario, era pequeña y recortada.
En su famosa crónica, Gossaín se refirió al gran entendimiento que ambos jugadores mostraban en la cancha. Algo que los aficionados del Junior solo habían visto con la dupla conformada por el brasileño Dida y Antonio Rada, conocido como el ‘Cañonero de Isabel López’.
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Cada uno sabía dónde estaba el otro, hasta con los ojos cerrados. Cada pase, cada pared entre ellos, tenía todas las características de un truco de magia.
De las cosas que más le llamaron la atención a Gossaín, y que reseñó en su crónica, fue la talla de calzado de Verón: 36. “Un piececito pequeño que parece que no matara una mosca”, escribió.
En otro aparte, Gossaín se pregunta cómo era posible que dos jugadores que no se habían visto nunca, que mucho menos habían jugado juntos, se entendieran a la perfección dentro de la cancha.
Después de consultar a varios expertos porque, reiteró, de fútbol no sabía nada, concluyó que una de las razones para el éxito de esta llave era que ambos jugadores tenían talentos similares, algo difícil de encontrar en el fútbol.
“No tienen un puesto fijo en la cancha. Se mueven por todo el terreno. Son dominadores de balón. Tienen ese talento que se necesita para definir una jugada en medio segundo. Poseen, en fin, una enorme solvencia técnica”, escribió Gossaín.
La experiencia fue otro de los aspectos imperiosos para que la llave Verón-Arango funcionara y jugara como los dioses: conocían los secretos del juego, sus recovecos y entretelas.
Por último, para Gossaín, otro requisito indispensable para una buena llave futbolística era tener una personalidad similar, algo que Verón y Arango cumplían al pie de la letra, ya que eran hombres reservados, silenciosos y más bien tímidos.
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Para reafirmar esa teoría citó al periodista Fabio Poveda Márquez, quien sostenía que Arango era el único samario que no hablaba y Verón el único argentino que podía durar más de una hora sin pronunciar una sola palabra.
“Nos comprendimos bastante, nos buscábamos cuando teníamos la pelota. Cuando un jugador sabe jugar se hace fácil y Verón era inteligente para jugar. Nos dábamos la pelota sin mirarnos. En el fútbol colombiano no hubo un jugador que me acompañara tan bien como Verón”, contó Arango, fallecido en 2005, a este periodista sobre el argentino.
La sociedad Verón-Arango fue clave para la conquista de la primera estrella del Junior en el fútbol colombiano, en el 77. El argentino asumió la dirección técnica tras la partida de José Varacka, un episodio que inspiró otra gran crónica de Gossaín titulada ‘El Capitán Araña’.